MARIANA DE PINEDA



Mariana de Pineda Muñoz, más conocida como Mariana Pineda, fue una heroína española que luchó por la causa liberal en el siglo XIX.

Nace en Granada el 1 de septiembre de 1804 y muere ejecutada por garrote vil en la misma ciudad, el 26 de mayo de 1831, a la edad de 26 años.

En 2006, el Gobierno de la Unión Europea rindió homenaje y le otorgó su nombre a la entrada principal del Parlamento Europeo, como símbolo de la aportación española a la lucha por los derechos y libertades en Europa. También en el Congreso de los Diputados, en Madrid, figura su nombre junto a los de otros españoles héroes de la libertad.

Infancia

Hija de la humilde María de los Dolores Muñoz Bueno y de Mariano de Pineda y Ramírez, noble nacido en Guatemala en 1754, capitán de navío ya retirado (coronel, según otras fuentes, si bien capitán de navío es una graduación de Marina que equivale a coronel) y treinta años mayor que ella. Se instalaron en Sevilla en un primer momento, donde nació su primera hija, Luisa Rafaela, aunque no llegarían a casarse por sus diferencias sociales y quizás por las presiones familiares. Finalmente acaban instalándose en Granada, en la Carrera del Darro, en 1803, donde muere Luisa, pero nace Mariana el 1 de septiembre de 1804. Su nombre completo era: Mariana Rafaela Gila Judas Tadea Francisca de Paula Benita Bernarda Cecilia de Pineda Muñoz.

En 1806, María de los Dolores rompe la relación sentimental, quedando la hija con sólo dos años de edad bajo la custodia de su padre, que fallece un año después, pasando entonces, durante un tiempo, al cuidado de su tío José, descrito como solterón, achacoso y ciego.

Finalmente queda bajo la responsabilidad de unos amigos de la familia, José de Mesa y Úrsula de la Presa, que se convertirán en su familia y le proporcionarán una educación cuidada según la época.

Temprana juventud

Mariana era una chica rubia, de piel muy blanca y ojos azules, que, con tan sólo 14 años, conoce a un militar ya retirado y con mala salud, Manuel Peralta Valte, firme partidario del bando liberal. Para evitar en lo máximo las críticas, se casa rápidamente al año siguiente, el día 9 de octubre de 1819, y el 31 de marzo del año siguiente nace su primer hijo. Enviuda tres años después, en 1822, aunque ya con dos hijos a su cargo.

Comprometida también con la causa liberal, empieza a involucrarse cada vez más en contra de los partidarios del absolutismo y del rey Fernando VII.

En Granada existía un fuerte contraste entre las decenas de edificios religiosos y la amplia presencia liberal; por ejemplo los condes de Teba, desterrados de Galicia por liberales, y que acogían en su nueva residencia a los enemigos del absolutismo, entre ellos a Pineda.

De ella se enamoró un joven que más tarde sería ministro de Hacienda y uno de los más ricos del país, José de Salamanca y Mayol, conocido como marqués de Salamanca. Sin embargo no fue correspondido; prefirió a otro militar liberal, Casimiro Brodett, pero sin embargo no consiguió licenciarse por su alineación liberal y la boda se frustró.

La lucha entre liberales y absolutistas se recrudece; en 1828 una gran conspiración conllevó una oleada de arrestos y ajusticiamentos en los liberales. Pineda afronta la situación con actitud militante; es uno de los cómplices de la huida de prisión de su primo, el capitán Fernando Álvarez de Sotomayor, destacado liberal condenado a muerte a causa del levantamiento de los ejércitos de Andalucía contra el rey en 1820 promovido por el general Rafael de Riego. Consigue introducir un hábito completo de fraile y unas barbas postizas, con la que se fuga por la única puerta de su celda, y aunque todos dan por hecho que es la principal cómplice, los absolutistas no pueden juntar pruebas en su contra. También colabora ayudando a presos, sirviendo de enlace con exiliados desde Gibraltar o sirviendo su casa de refugio a gente comprometida, pese a estar sometida a estrecha vigilancia de la policía.

Pineda había conocido a otro hombre, José de la Peña y Aguayo, que muchos años después también llegaría a ministro de Hacienda del reinado de Isabel II, relación que dio como fruto una hija, a la que sólo reconoció en su testamento.

Ajusticiamiento

En 1831, en un registro de su casa, Ramón Pedrosa y Andrade, comisionado especial para las causas de conspiración contra la Seguridad del Estado, una especie de policía política, requisa una bandera de dos metros por uno aproximadamente, hecha en tafetán morado, en la que había cosido un triángulo verde, los dos colores del concepto de Oriente masónico y en la que se había bordado en hilo rojo el lema liberal Igualdad, libertad y ley. Aunque erróneamente se le atribuyó como bandera nacional según su propia leyenda, su significado político fue el mismo. Es arrestada, acusada de conspiración o insurrecta, e inmediatamente encarcelada.

En una de sus reuniones en Gibraltar se le había encargado coser y tejer la bandera, pero como ella no sabía bordar, encargó la tarea a dos criadas. Una de ellas tenía relaciones con un clérigo liberal y vio el bordado, víctima de su propia devoción partidista advirtió a su padre realista, el doctor Julián Herrera, que moderase su fervor absolutista ya que la revolución era inminente. Este lo denunció y Pedrosa, detrás de Pineda durante muchos años, la detuvo bajo arresto domiciliario mientras obligaba a esconder la bandera en la casa para que la policía obtuviera así la prueba del delito.

Intenta escapar disfrazada de anciana, pero es detenida de nuevo y encerrada en el convento de Santa María Egipciaca de Granada, que utilizado originariamente para rehabilitar prostitutas había degenerando en una cárcel común para mujeres. Durante el juicio, Pedrosa, quien se le había insinuado, enamorado o confundido por la libertad sentimental de Pineda, intenta convencerla de que delate a sus cómplices a cambio de perdonarla, pero ella se niega:

Nunca una palabra indiscreta escapará de mis labios para comprometer a nadie. Me sobra firmeza de ánimo para arrostrar el trance final. Prefiero sin vacilar una muerte gloriosa a cubrirme de oprobio delatando a persona viviente..
Finalmente, en un juicio lleno de irregularidades, Fernando VII firma su sentencia de muerte en base al artículo número 7 del decreto de 1 de octubre de 1830:

Toda maquinación en el interior del reino para actos de rebeldía contra mi autoridad soberana o suscitar conmociones populares que lleguen a manifestarse por actos preparatorios de su ejecución, será castigada en los autores y cómplices con la pena de muerte.
Dos meses después de su arresto y al conocer la sentencia, Mariana exclama:

El recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa que todas las banderas del mundo.
En la víspera, escribió un testamento y una carta a sus hijos para decirles que moría dignamente por la Libertad y la Patria, pero fueron requisados por subversivos. Antes de acostarse, debían cambiarle el vestido para evitar que escondiera nada, lo cual aceptó si, tras su muerte, lo picaban con unas tijeras para evitar que desnudaran el cadáver para quitarle el vestido. Sin embargo rechazó que le quitaran las ligas para evitar que se ahorcara antes, y aunque aceptó el cambio de vestido no aceptó quitarse las medias: Jamás consentiré ir al patíbulo con las medias caídas.

El 26 de mayo es conducida a la Plaza del Triunfo donde es ajusticiada públicamente mediante el brutal garrote

martes, 5 de enero de 2010

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